Análisis de la Política Exterior Alemana


Desde finales de los años sesenta y en particular desde la etapa en que Willy Brandt estuvo al frente de la Cancillería Federal (1969–1974), esos principios rectores y líneas de continuidad se completaron con una política de equilibrio con Polonia y los demás Estados de Europa Oriental y Centrooriental y continuaron desarrollándose de forma constante. Empero, el pilar por excelencia de la política exterior, reforzado por todos los Gobiernos Federales, fueran del signo que fueran, ha sido siempre la completa y cabal integración del país en las estructuras de cooperación multilateral. Tras la amarga experiencia de dos guerras mundiales, jugaba en su favor la voluntad incondicional de los países vecinos de disuadir a los alemanes, por medio de su inserción y control, de cualesquiera bandazos, derivas o singladuras en solitario; pero también jugaba en su favor el profundo anhelo de paz, seguridad, prosperidad y democracia de los alemanes y la percepción de que la integración de su país era la condición previa para su reunificación.

Para la Alemania unida los años noventa fueron el punto de arranque de una etapa plagada de retos de extraordinario alcance. Por una parte tenía que hacerse frente a la nueva situación interna y por otra los alemanes se vieron simultáneamente confrontados con un novedoso e inusitado papel en el terreno de la política exterior. Esa es una cara de la moneda. Pero hay otra: La reunificación alemana contrasta con la tendencia generalizada hacia la disolución y el desmoronamiento o incluso la destrucción a nivel mundial. El final de la URSS, de Yugoslavia y de Checoslovaquia o también la desmembración –promovida en parte desde dentro y en parte desde fuera– de Etiopía, Somalia y Sudán, por solo mencionar algunos casos, han incrementado enormemente el número de los actores, aunque no todos ellos sean Estados reconocidos, y conducido a una vertiginosa multiplicación de problemáticas de gran complejidad.

Como consecuencia de todo ello, Alemania se enfrenta a desafíos sin precedentes tanto en la política exterior y de seguridad como en la política económica y financiera, pero a la par también en la política de desarrollo y ambiental, habida cuenta de que esas problemáticas traen causa de constelaciones conflictivas multidimensionales: ocurre con frecuencia que los conflictos étnicos y religiosos, los litigios fronterizos, los contenciosos sobre recursos y los estados de emergencia alimentaria y sanitaria se imbrican hasta conformar un conglomerado inextricable. A finales de la primera década del siglo XXI se contabilizan solo en África 16 millones de refugiados y desplazados internos. Los alemanes están llamados a comprometerse especialmente en la búsqueda de soluciones a los problemas porque Alemania no solo es un país rico sino que, en comparación con otros Estados de Europa, tiene una corta tradición como potencia colonial, truncada ya en la Primera Guerra Mundial, lo cual la convierte en un interlocutor apreciado en el terreno de la cooperación económica y el desarrollo. Con casi 14.000 millones de dólares al año, Alemania es el segundo país donante a nivel mundial.

  

   


                   

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